Dad, la vida que pudo ser
“I’m asking you to let go a little.
Open up. Not just to me, but to the world.
We used to have such good times, remember?
We used to dance together all slow.
You were such a wonderful dancer.
And I want to dance with you again before I die.”
(Dad, 1989)
Carlos Noyola
Escucha el podcast: Historiasdenaufragios 005 Agosto 2024 : radio cosmica libre : Free Download, Borrow, and Streaming : Internet Archive
Hace algunos años, frente a una audiencia universitaria, dispuesta a debatir y cuestionar desde una posición intelectual, Néstor Braunstein esbozaba las líneas generales de un trabajo sobre la memoria. Ahí exponía que el trauma es una condición necesaria para la existencia. La existencia en sí misma es el resultado de un trauma, el de ser arrojado a un mundo donde las necesidades y las demandas de afecto tienen que circular por un precario mundo de palabras siempre insuficientes para apuntar correctamente a lo que se desea. El trauma de alguna manera señala todas esas experiencias que no pueden entrar en una narrativa y desde esa falta de signos se manifiesta a través de síntomas, lapsus, actos fallidos. El trauma, siguiendo su origen en el campo de la medicina, se constituye en algo que no ha sido metabolizado y ahí, encriptado en el cuerpo, comparece para darle forma también al vínculo social. Alguien objetó la idea de que toda experiencia humana estuviera marcada por el trauma. Braunstein, con la pericia de alguien que llevaba toda una vida en el campo del debate universitario, propuso la reflexión en sentido contrario, solo hizo una pregunta retórica ¿Y qué no es traumático en esta vida?
Nacer, asumir esa primera separación, la que nos lleva de los brazos de nuestra madre hacia el mundo; caminar, tropezar, ir construyendo una distancia que nos llevará lejos de nuestra casa paterna; crecer, ver cómo las personas desaparecen de nuestra vida, la ausencia, la muerte de nuestros seres queridos. Y luego, envejecer, darnos cuenta que vamos perdiendo fuerza, que nuestra vida se va acabando y que nos espera también nuestra propia muerte. Entre estas experiencias encontramos alegrías, tristezas, incertidumbres. Afectos y sentimientos que están siempre como música de fondo de nuestra propia existencia, pero marcados siempre por un pedazo de existencia que se resiste al lenguaje, que no puede ser atrapado en palabras y que nos impulsa siempre a buscar en los demás aquello que se nos escapa. El trauma es aquello que no puede ser dicho ni es dicha, retomando esos juegos de palabras que me siguen fascinando de algunos autores lacanianos. Estamos en un registro un poco distinto de lo que apunta Gabor Maté sobre el trauma, aquí, con Braunstein, el trauma que nos invita considerar es una experiencia estructural, es lo que nos llama a la existencia, pero es una experiencia que busca también ser apalabrada, narrativizada. Y ahí aparece la experiencia límite de la muerte, el encuentro inevitable con esa experiencia de la que podemos decir mucho, pero frente a la cual no podemos decirlo todo. Y entonces aparece el cine y sus historias que nos ayudan a construir narrativas para colocar nuestras dudas y temores.
El cine de los ochenta tiene un cierto encanto. A pesar de que muchas de sus comedias pueden resultar ahora difíciles de digerir, pues en las últimas décadas se ha cuestionado seriamente muchos de los clichés o estereotipos que predominaban en el cine o la televisión relacionados con la visión que se tenía de la mujer, la diversidad sexual o la masculinidad, también es cierto que se podía explorar a través de esos largometrajes una serie de ideas o valores colectivos. Podríamos mencionar la amistad como un sentimiento perdurable que se constituía a través de las experiencias compartidas de manera colectiva y que permitía afrontar la infancia y lo que podía ser el inquietante mundo de los adultos. Así pueden desfilar por nuestra memoria películas como The Goonies, Lost Boys, Stand by Me.
También hubo coming ages memorables. Francis Ford Coppola trajo a la gran pantalla The Outsiders una de mis películas favoritas en ese género, con actores juveniles que dejarían una huella importante en el cine como Tom Cruise, Ralph Macchio, Emilo Stevez, Patrick Swayze. Matthew Broderick, por su parte, protagonizó Ferris Bueller’s Day Off. En 1989 tendríamos dos películas en las cuales aparecería un joven Ethan Hawke. Por un lado, en una de las más célebres producciones de la década de los ochenta, donde aparece la magistral interpretación de Robin Williams como John Keating, el osado profesor de literatura de la Academia Welton, el cual está decidido a enseñar a sus alumnos, a través de la poesía, a aprovechar cada instante de la vida. Dead Poets Society fue sin duda una de las películas que impulsó tanto la carrera de Robin Williams como la de Ethan Hawke. Ese mismo año, veríamos otra perspectiva, no del paso de la adolescencia a la vida adulta, sino acerca del tránsito hacia la vejez.
Unos meses después del estreno de Dead Poets Society, Gary David Goldberg presentó su película Dad, protagonizada por Jack Lemon, Ted Danson y Olympia Dukakis.
La historia podría repetir otras películas que abordan tópicos como la relación padre-hijo, la vida compartida en pareja o la misma vejez. Jack Lemon interpreta a Jake Tremont, un hombre que vive ya su vejez con algunas muestras de senilidad. Junto a él está su esposa, Bette (Olympia Dukakis), que ha decidido llevar toda la carga de la vida y los años de su esposo. Bette asume la plena responsabilidad de los actos de Jake, quien comienza a depender por completo de Bette para las tareas mínimas, como ponerle mantequilla a un pan o ponerse la pijama. La vida, la rutina establecida entre ambos se ve alterada cuando Bette sufre un infarto y tiene que quedar internada en un hospital. Ahí entra otro de los temas que aborda Dad, la relación de Jake con John (Ted Danson), su hijo, al mismo tiempo que muestra la complicada relación que el propio John tiene con su hijo, Billy (Ethan Hawke). La historia avanza entretejiendo los malos entendidos generacionales, pero poniendo por delante la necesidad de conciliarlos. Los malos entendidos y el distanciamiento entre padres e hijos no obedece a problemas sin resolver o a tensiones ocultas, simplemente es la vida la que acontece, y es su inercia la que los ha llevado por caminos distintos y ha puesto una distancia entre ellos. Mientras Bette se recupera y John va reconstruyendo una relación cercana con su padre, Jake es diagnosticado con cáncer.
En la última parte de la película viene el giro que hace que ésta sea particularmente interesante. Durante la fase de estudios y diagnósticos, Jake queda semi catatónico. Milagrosamente, poco después sale de su letargo, pero mostrando un cambio en su conducta. Jake es y no es el mismo, algo cambió. Bette se da cuenta que algo pasa, pues Jake comienza preguntar por personas que no han visto en años y a nombrar a otras que ni siquiera existen, convencido, además de tener otro hijo y una hija pequeña y vivir en una granja en una pequeña población en Nueva Jersey.
Preocupados por la salud mental de Jake, John acude a un psiquiatra, quien le dice que su padre era un esquizofrénico realizado. Los ecos de la antipsiquiatría se dejan escuchar cuando el psiquiatra menciona a R. D. Laing y su enfoque sobre la locura. Jake había construido una fantasía sobre una vida alterna, una vida que aún conjugándose en condicional, tenía el potencial de proporcionarle algo de goce, al tiempo que lo salvaba de un mundo en el que no se reconocía y que ponía en riesgo su ser. Así, en ese mundo de fantasía que actúa como soporte de una realidad insoportable, Jake crea -agrega el psiquiatra- un sistema alterno de afrontamiento, el cual se fue volviendo poroso al grado de que la barrera que separaba ambos mundos se había derrumbado, llevando esa fantasía a su realidad, aportando un nuevo estado de ánimo y una alegría que no había experimentado en mucho tiempo. Y ahora Jake tenía que hacer un esfuerzo por ir disociando la fantasía de la realidad. Pero ese mundo aún seguía dependiendo de la aprobación de su esposa, sin la cual, la salud de Jake podría verse nuevamente comprometida.
La tensión y el desconcierto que provoca la nueva personalidad de Jake en Bette lleva a uno de los diálogos más bellos que me ha tocado ver en el cine: ¿Cómo dejar atrás toda una vida vivida en pareja? ¿Cómo asumir que eso que se construyó no fue suficiente para uno de los cónyuges? Bette le cuestiona a Jake por esas fantasías y la vida que han pasado juntos. «¿Me estás pidiendo que le dé la espalda a toda nuestra vida juntos?»; Jeke le contesta «Oh, no. Te estoy pidiendo que recuerdes la vida que queríamos tener. Dios, Bette. Lo asumiste todo tú sola, ¿verdad? Y yo te dejé. Eras tan buena. Te estoy pidiendo que te sueltes un poco. Que te abras. No sólo a mí, sino al mundo. Solíamos pasarlo tan bien, ¿recuerdas? Solíamos bailar juntos muy lento. Eras una bailarina maravillosa. Y quiero volver a bailar contigo antes de morir».
Lejos de la romantización de un tiempo pasado y de una vida que llena de sabiduría a quien la ha vivido casi hasta agotarla, la vejez en nuestro tiempo se vuelve una particular forma de naufragio. El miedo a envejecer en un mundo donde las fórmulas con las que se ponían palabras para acompañar nuestros temores se van erosionando. Vivimos un mundo donde comienzan a faltar los rituales para acompañar y acompañarnos durante la vejez.
¿A qué edad dejamos de sentir el mundo? ¿En qué momento dejamos ir ese deseo que le daba forma a nuestro mundo? ¿En qué momento podemos permitir que un poco de esa vida que no fue, se filtre en nuestra realidad? Al final de nuestra vida están ahí, la vejez como recuerdo de una vida vivida y de una muerte que se adeuda. Recordar es volver a vivir, reza una frase popular. Lo cual es cierto, recordar, re-cordis, es volver a pasar por el corazón las experiencias, los sueños, las esperanzas, toda una vida que se mueve en otra temporalidad marcada por la nostalgia, por el dolor de lo pasado que fue y por lo que pudo ser también.
Conforme pasa la vida y yo mismo me acerco a esa realidad de la vejez, no dejo de preguntarme por esa vida no vivida, la vida que no fue y comienzo a compararla con la que sí tuvo lugar. Veo la vejez de mis seres queridos y me pregunto lo mismo, si hay o hubo una vida que solo a través de la fantasía fue posible vivir. Cuántas cosas quedaron en el camino y si es posible construir otra vida junto con aquellas personas que amamos, si nos podemos permitir un nuevo diálogo, nuevas experiencias, abrirnos un poco a la vida, a las historias de los demás, recordar ese deseo que nos impulsaba a querer estar cerca de los demás, abrirnos un poco a la vida y bailar lento, un poco, antes de morir. Darnos permiso unos a otros de vivir esa otra vida, la que pudo ser.
*Para acompañar el camino hacia la madurez de la vida recomendamos que exploren las prácticas de Yoga, Chi Kung y el Método Feldenkrais. Si están en Morelia aquí tienen algunas opciones: https://www.facebook.com/FeldenkraisMorelia
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Yeymyna | Terapeuta en Medicina tradicional China (@yeymyna) • Fotos y videos de Instagram
Felicidades por este espacio para compartir nuestros naufragios y rescates.
Me gustaría compartir algunos.
Adri